Blog donde recopilo lo (subjetivamente) mejor de fragmentos, artículos y reflexiones de textos místicos, religiosos, espirituales o filosóficos que me voy encontrando por mis peripecias literarias.

'Amar es liberarse del miedo', Gerald Jampolsky

 

Cuando percibimos a otra persona como si nos estuviera atacando, solemos ponernos a la defensiva y contraatacar, ya sea de manera directa o indirecta. El ataque siempre emana del miedo y de la culpabilidad. Nadie ataca a menos que se sienta amenazado. El ataque es, en realidad, una forma de defensa, y su función es impedir que tomemos conciencia de la culpabilidad o del miedo. Lo único que hace es perpetuar el problema.

En el proceso de reentrenar nuestra mente, puede resultar útil hacernos las siguientes preguntas en cualquier circunstancia, ya sea que nos atañan exclusivamente a nosotros o que involucren a otras personas:

  1. ¿Deseo experimentar paz o experimentar conflicto?

  2. ¿Deseo experimentar amor o experimentar miedo?

  3. ¿Deseo ser una persona que ve el amor o una que encuentra faltas?

  4. ¿Deseo ser una persona que da amor o una que solo procura amor para sí misma?

  5. En esta comunicación (ya sea verbal o no verbal), ¿estoy siendo amoroso con la otra persona y conmigo mismo?

Hace algunos años tuve la gran fortuna de poder visitar en Los Angeles a la Madre

Teresa, famosa por la labor que realiza con los pobres y moribundos de Calcuta, en
la India, y de otras partes del mundo. Tenía grandes deseos de conocerla porque
sabía que su vida era un ejemplo casi perfecto de alguien que vive en un estado de
constante paz interior, y quería aprender de ella cómo lo hacía para mantener ese
estado.
Hablamos acerca de nuestra mutua labor con personas que se encuentran en
situaciones de vida o muerte, y mientras estaba en su presencia me invadió una gran
quietud interior. Es difícil describir el Amor, la bondad y la paz que de ella emanan, lo
cual era algo que yo deseaba experimentar y demostrar con mis acciones.
Esta visita tuvo lugar durante el fin de semana del 4 de julio (conmemoración de la
independencia de EEUU) y durante la misma me enteré de que la madre Teresa se
marchaba a la ciudad de México esa misma tarde. Como deseaba seguir gozando de
su presencia le pregunté si podía acompañarla, a lo que ella respondió sonriendo
dulcemente:
—Doctor Jampolsky, no tengo ningún inconveniente en que usted me acompañe a
México, pero como usted mismo me ha dicho que lo que quiere es aprender más
acerca de lo que es la paz interior, creo que la mejor manera de hacerlo es que
averigüe cuánto cuesta el billete de ida y vuelta a la ciudad de México y que le dé ese
dinero a los pobres.
Así lo hice y doné el importe de lo que me hubiese costado el pasaje a la orden
religiosa "Hermanos de la Misericordia" (Brothers of Mercy) de Los Angeles.
La lección que aprendí de la Madre Teresa es que no tengo que buscar fuera de mí
mismo para saber qué es lo que tengo que hacer. Aprendí que el momento propicio
para dar es siempre ahora mismo —no más tarde— y que cuando damos sin
expectativas o límites de ninguna clase, gozamos instantáneamente de paz interior.
Aprendí en ese mismo instante que todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy.
Hoy les daré a los demás
únicamente los regalos
que a mí me gustaría recibir. 
 
 
El perdón, tal como se define aquí, no tiene el significado habitual que la mayoría de
nosotros conoce. Perdonar no significa adoptar una actitud de superioridad y tolerar
en otros una conducta que desaprobamos, sino que significa más bien corregir
nuestra propia percepción errónea de que otro nos ha hecho daño.
A diferencia de la mente que perdona, la mente que rehusa perdonar está llena de
confusión y de miedo. Vive convencida de que la percepción que tiene de los demás
es correcta y de que, por tanto, su ira está justificada y sus juicios recriminatorios son
acertados. La mente que no perdona se aferra rígidamente a la idea de que el pasado
y el futuro son uno y lo mismo, y se resiste a cambiar. No quiere que el futuro sea
diferente del pasado. La mente que no perdona se considera a sí misma inocente y a
los demás culpables. Se deleita en el conflicto y en tener siempre la razón, y
considera a la paz interior su enemigo. La mente que no perdona percibe todo como
separado. 
 
Al percibir a otra persona como que nos está atacando, nos olvidamos de esta
premisa. Tratamos de mantener oculto de nuestra conciencia el hecho de que el
ataque que percibimos como procedente de otros, en realidad se origina en nuestra
propia mente. Cuando reconocemos esto, podemos darnos cuenta de que con
nuestros pensamientos de ataque somos nosotros mismos los que nos hacemos
daño. Podemos optar entonces por reemplazar los pensamientos de ataque por
pensamientos amorosos y así dejar de hacernos daño a nosotros mismos. Al actuar
en interés de nuestro verdadero ser, llegamos a entender que el Amor que damos a
otros intensifica el Amor que nos tenemos a nosotros mismos.
Una vez más, quisiera señalar cuán importante es recordar que los pensamientos de
ataque no nos brindan paz mental y que tratar de justificar nuestra ira no nos protege
en absoluto.
Hoy reconozco que mis pensamientos de ataque contra otros van en realidad
dirigidos contra mí mismo. Cuando creo que atacando a otros voy a obtener lo
que quiero, debo recordar que siempre me ataco a mí mismo primero. Hoy no
quiero hacerme daño de nuevo
 
Hace poco aprendí una importante lección con respecto a mis pensamientos de
ataque. Había tenido un día bastante ajetreado, en el que, entre otras cosas, había
hecho los arreglos necesarios para que un niño que tenía un tumor maligno en el
cerebro viajase en avión con su madre desde Connecticut a California. Por la tarde el
niño y su madre llegaron a mi casa donde se iban a hospedar y esa misma noche los
llevé al Centro donde iba a tener lugar una reunión con otros niños que también
padecían enfermedades incurables. Al acabar la reunión los llevé a casa y yo regresé
nuevamente al Centro donde tenía que tomar parte en otra reunión de adultos que
tenían cáncer.
Esta otra reunión debía finalizar a las nueve y media, y de allí tenía planeado ir a
casa de un amigo a conocer a unos invitados suyos de la India. Cuando ya me
marchaba del Centro, me salió al encuentro un joven de unos dieciocho años que me
había estado esperando. Su aspecto era desaliñado, llevaba varios días sin afeitar y
olía como si no se hubiera bañado en varias semanas.
El joven me dijo que quería hablar conmigo, pero a esas horas yo ya estaba cansado,
deseoso de irme, y sin ganas de ver a nadie más con problemas. Me comunicó que
acababa de llegar de Virginia desde donde había viajado haciendo autoestop, porque
me había visto en un programa nacional de televisión y se había sentido impulsado a
venir a verme.
Cuando me dijo eso no pude evitar pensar mal de él. Me dije: "Este joven debe estar
mal de la cabeza para haber atravesado el país con el fin de venir a verme sólo
porque me vio en la televisión." Su deseo de verme me pareció una exigencia y un
ataque. Le dije que esa noche tenía otro compromiso y que podría verlo al día
siguiente si es que se podía esperar, pero si no, que me quedaría a hablar con él. Me
dijo que podía esperar.
Al día siguiente no me supo decir claramente lo que quería excepto que había visto
algo en mis ojos que lo había impulsado a venir a verme. Como ninguno de los dos
sabía la razón de su visita, sugerí que meditásemos juntos para ver si de esa forma
se nos revelaba la razón. 
 
Mientras meditábamos me sorprendió escuchar con claridad una voz interior que me
decía: "Este joven ha atravesado todo el país para hacerte un obsequio: ha venido
para decirte que ha podido ver perfecto Amor en tus ojos, cosa que tú mismo no has
podido ver en ti. El regalo que tú le puedes hacer es aceptarle totalmente, lo cual es
algo que él nunca ha experimentado en su vida."
Le comuniqué lo que había oído y nos abrazamos. Para mi sorpresa, el terrible hedor
que había olido momentos antes había desaparecido por completo. A ambos se nos
llenaron los ojos de lágrimas y nos invadió una sensación de paz y de Amor difícil de
describir.
Ambos habíamos experimentado una verdadera curación en la que los pensamientos
de ataque habían sido reemplazados por pensamientos de Amor. Habíamos sido
realmente maestros y psicoterapeutas el uno del otro.
 
 
 

Publicar un comentario

0 Comentarios